27/11/08

Pinkville o la vergüenza de Vietnam


Una mañana como otras en la beca. Mucho curro por momentos y momentos también de descanso. En uno de esos intervalos, Vicente, el gran Vicente, me ha descubierto uno de esos hechos que hace que tengamos asco a las guerras, a la injusticia, a que el poderoso abuse del débil e indefenso. Jon sistiaga, magnífico reportero de guerra escribió hace algunos años el libro "Ninguna guerra se parece a otra". Con lo visto hoy, he de decir que no estoy de acuerdo con ese título. Si algo tienen las guerras son muertes, sangre inocente, irracionalidad, lucha entre hermanos y amigos. Y también hechos que hacen que se te revuelvan las entrañas. El exterminio judío en la II Guerra Mundial, las purgas de Stalin, las fosas comunes (tan de moda actualmente) de la Guerra Civil, el genocidio de Rwanda... Vietnam no se puede librar de esto. Seguramente habrá muchos, pero hay uno que destaca: Pinkville o la matanza de My Lay.
Corría el mes de marzo de 1968. Es curioso ver que únicamente dos meses después se produciría el nostálgico Mayo del 68. Sin embargo, las cosas eran muy diferentes en Vietnam. Se encontraban sumidos en una guerra absurda (aunque cual no lo se). El ejército americano hacía y deshacía como quería.
Una mañana, la región de Son My se desperezaba entre los cantos de pájaros en la jungla y la humedad de los arrozales. En esa zona únicamente vivían campesinos con sus familias, gente que parecía estar alejada de la crueldad de la guerra, refugiada en su remanso de relativa paz y tranquilidad. Sin embargo no contaban con que el teniente William Laws Calley había puesto sus ojos sobre esa zona.
El teniente Calley resultó ser un oficial "poco preparado" en palabras del propio ejército americano. De hecho, ni siquiera sabía interpretar un mapa. En aquellos años, los oficiales en Vietnam subían en el escalafón dependiendo de la cantidad de vietcongs que consiguiesen abatir (hay que decir que cada unidad militar fijaba a su antojo quién pertenecía al vietcong y por lo tanto era un enemigo y quién no). Calley no consiguió arrestar a ninguno. De hecho, sus batidas por la selva eran oídas a kilómetros de distancia. Ante esto, decidió actuar sobre inocentes para aumentar su "indicador" (así era como se designaban los presos o muertos del vietcong) matando, violando, descuartizando y mil barbaridades más a la gente de Son My. Lo que se puede leer sobre las atrocidades que cometieron hace difícil creer que algo así salga de la mente de una persona. Más bien de una bestia, un demonio. Mujeres violadas posteriormente disparadas en su vagina; gente apilada en una acequia y posteriormente ejecutadas a sangre fría; a aquellos que sobrevivieron, entre ellos un niño de dos años que salió gateando del montón de gente asesinada, los remataban con sus bayonetas; a un hombre lo tiraron a un pozo y posteriormente tiraron una granada dentro de él. El hombre tuvo que decidir su destino, morir ahogado o asesinado por una bomba.
La masacre duró cuatro horas. Todo para encontrar 3 armas... La justificación de Calley estaba a la altura de su preparación: "Luchábamos contra un enemigo intangible, el comunismo. A mi me ordenaron que lo eliminase, y eso hice".
Se evitó por todos los medios que el suceso de My Lay no saltase a la luz, pero un ex-fotógrafo del ejército presente durante la matanza, Ronald L. Haeberle, entregó unas fotos al diario Cleveland Plain Dealer (como anécdota decir que Collin Powell, el que fuera Secretario de Estado con Bush, estuvo involucrado en esta ocultación de información).
Las cifras "oficiales" del ejército hablaban de 90 muertos no civiles del vietcong. Sin embargo se estima que entre 400 y 500 personas dejaron de vivir aquel fatídico día únicamente por el deseo de un militar de querer ascender de grado. Como es de suponer, fue juzgado pero puesto rápidamente en libertad.
Por todo esto es por lo que no estoy de acuerdo con el título del libro de Jon Sistiaga. Todas las guerras se parecen entre sí, todas tienen su My Lay particular.