5/4/10

Los besos de después del último beso


Me sorprendió que alguien me levantara el brazo en una calle tan escondida, solitaria y oscura como esa. Pese al gramaje de la noche distinguí a lo lejos su intención de usarme. Era una pareja joven, él con una bolsa de viaje a sus pies.

Al detenerme a su lado se abrazaron y comenzaron a besarse. Sin duda era un beso de despedida, de esos que dicen te vas pero no quiero, o quisiera quedarme siempre, pero no puedo. Beso sentido de lenguas que querrían convertirse en ganchos, o sus salivas en Super Glue, o sus brazos en bridas.

Quince ya-te-echo-de-menos después se separaron, pero yo tampoco quería que se acabara ese momento. Por eso, cuando él ya se disponía a abrir la puerta trasera de mi taxi, aceleré.

A través del espejo les noté sorprendidos. Se encogieron de brazos pero al instante volvieron a abrazarse. Mi intención no era otra que dar la vuelta a la manzana y darles más tiempo. Los mejores besos son los que llegan después del último beso.

Y volvió a repetirse la misma historia. Otra vez aparecí por su calle y otra vez me levantaron la mano. En esta ocasión les sorprendió que se tratara del mismo taxi conducido por el mismo taxista que antes se había marchado, pero la rareza de la situación tampoco les impidió despedirse por segunda vez aún con más virulencia que la primera. Y cuando el chico volvió a separarse de ella para abrir la puerta de mi taxi siguió sabiéndome a poco y aceleré de nuevo.

En mi cuarta vuelta a la manzana el chico ya estaba sólo. Entonces me detuve, abrió su puerta, tomó asiento (ahora sí) tras su bolsa de viaje y me dijo:

- Le agradezco de veras los bonus tracks que me ha brindado. Al aeropuerto, por favor.