13/3/10

9:00 de la noche. Yo me encontraba en el andén del metro, otro sábado más esperando el tren de vuelta a casa. En el de enfrente, una chica joven esperaba sentada en un banco. Estaba claro que esperaba a alguien. No paraba de mirar su reloj, y cada dos minutos dirigía su mirada hacia las vías del metro, hacia un vacío absoluto, donde los raíles parecían ir hacia un infinito que la vista no alcanza a ver.
Tras muchas miradas, sacó un libro de su bolso. No alcancé a ver cual era, pero creo que a la chica le daba igual. Bien podría haber sido el último best-seller, el catálogo de Ikea o un folleto de unos grandes almacenes. Está claro que si apartas tu mirada del libro cada minuto, es imposible leer nada. Así que me dio por pensar que era un mero artilugio para llamar la atención de la persona a la que esperaba. "¿Llevas mucho rato esperando?", diría él (podía perfectamente ser una amiga suya, pero no sé, estaba demasiado activa como para esperar a una amiga). "No no, que va. Además estaba leyendo". Y ella enseñaría su libro para tratar de llamar la atención de su "cita".
El tren llegó. Mientras frenaba, a través de las ventanas, pude ver cómo la joven sacaba el móvil de su bolso. Una conversación breve, muy breve. Dos movimientos de cabeza. Cerró el libro. Lo metió en el bolso y acto seguido se levantó y se marchó. Mi tren se puso en marcha. La chica fue hacia las escaleras de salida. Me dio la sensación de que los dos pasaríamos la noche solos.

9/3/10

Cansancio. Tedio. Nubes. El viento en mi contra. Oscuridad. Y todo te da igual. Todo te resbala. Buscas unas palabras que no llegan. Algo que te reconforte. Pero es imposible. Hay momentos que ninguna palabra puede mejorar. Incluso pueden empeorarlos. Silencio. Tal vez esa sea la solución