15/10/09

El jilguero y el gorrión

Como cada mañana, el joven y presumido jilguero cantaba con su bella voz cuando el sol se alzaba majestuoso sobre los tejados de la ciudad. Le gustaba la vida que tenía: comida todos los días, agua fresca, una jaula dorada que resultaba la envidia de los pájaros vecinos... Además, su plumaje era muy hermoso, casi tanto como su canto. La vieja señora del edificio de enfrente, incluso se asomaba a la ventana cuando le oía cantar. El jilguero tenía todo lo que podía desear.
Una mañana, un gorrión iba revoloteando torpemente por la ciudad, cuando algo llamó su atención. Atraído por un canto como nunca antes había escuchado, decidió ir a ver quién era capaz de trinar así. Se posó sobre la barra del balcón y se quedó mirando al jilguero. Éste, al ver al gorrión, dejó de cantar y le observó. Su plumaje era feo, todo marrón. Incluso tenía calvas por su cuerpo. El gorrión miraba al jilguero sonriente, esperando que volviese a cantar. Pero el jilguero le dio la espalda. Tras esperar todavía sonriente, el gorrión se fue volando.
Al día siguiente, el gorrión volvió al mismo balcón. Al verlo, el jilguero repitió la misma actitud del día anterior. Se calló y le dio la espalda al gorrión. Este, de nuevo sonriendo, siguió esperando. Finalmente, igual que hizo el día anterior, se alejó volando torpemente hacia el horizonte.
Y así fueron los días posteriores, siempre con el mismo desenlace. Finalmente, un día, el gorrión se atrevió a hablar con el jilguero. -"¿Por qué haces esto? ¿Por qué cuando me ves te callas y me das la espalda? Tienes un canto muy bonito y me gustaría escucharte". El jilguero, girando la cabeza le contestó: - Mírate. Eres un simple gorrión. Yo soy un jilguero. Vivo en una jaula dorada, tengo comida y agua fresca todos los días, y mi plumaje y mi canto son envidiados por todos.
- Puede que sea así - dijo el gorrión. - Sin embargo, hay algo que nunca podrás tener. La sensación de volar libre fuera de esa jaula dorada.
Y el jilguero, girándose, vio como el gorrión revoloteaba torpemente, pero libre, sobre los tejados y los árboles de la ciudad. Y fue la última vez que lo vio.