10/5/09

El niño y los dientes de león


Ismael era un niño joven, muy joven. De sonrisa tierna y a la vez traviesa, pelo color castaño como los arboles que rodeaban su casa y ojos color tostado como las espigas de maíz que crecían en los campos que miraba hipnotizado a través de su ventana. Acababa de cumplir 5 años, y vivía muy feliz en las montañas. Su diversión favorita era correr entre los numerosos campos de dientes de león que crecían a los pies de su casa. Se quedaba fascinado viendo como las flores salían volando a su paso. Corría hasta que no podía más y caía al suelo. Se quedaba mirando al cielo que se alzaba majestuoso sobre él. Mientras estaba tumbado, se dedicaba a observar las formas de las nubes que pasaban por encima de él. Cuando se recuperaba, volvía a ponerse en pie y continuaba corriendo. En ocasiones, simplemente se sentaba entre las flores, las cogía entre sus manos y soplaba. Y seguía con sus ojos a las flores volando, hasta que las perdía de vista. Ismael fantaseaba sobre adonde irían a parar esos dientes de león. "¿Irán a una ciudad?" "¿Si es así, se parará la gente a mirar como vuelan igual que hago yo?" Y así pasaba sus tardes de verano el pequeño Ismael...